En una pequeña maleta iba todo lo necesario. No hacía falta más equipaje. Las
huidas han de ser ligeras, con los lastres desatendidos y el alma liviana, preparada
para el impulso de los vientos más suaves.
Desde los enormes ventanales de la sala
de embarque, ambos observaban en silencio el imparable movimiento de los
aviones. Sin soltarse las manos, ellos ya volaban sin abandonar, aún, la
firmeza de la tierra.
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© JM Jurado