Tiene que llover a cántaros... Aquella vieja canción sonaba en la radio del coche mientras, afuera, llovía a cántaros. Ella conducía y él buscaba su mano al cambiar de marcha. Una caricia furtiva entre las miradas a los ojos y la carretera.
Horas antes, también llovió a cántaros. Sobre la ventana de la buhardilla las gotas caían golpeando al ritmo acompasado del movimiento de sus pieles. Ha de llover. Infinitamente.
132 #setentapalabras
© JM Jurado