La urgencia se produjo, como es habitual, de improviso. La médica ordenó el traslado al hospital y la mañana pacífica se transformó en horas de incertidumbres. Ingreso, diagnóstico, valoraciones y decisión final: había que implantar un marcapasos.
Dos días después, ella y su marcapasos convivían armónicamente. Los demás, hechos a sus exigencias y reclamaciones constantes, tuvieron claro que, a sus años, los pasos de su vida sólo los marcaba ella.
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© JM Jurado