Ella dijo no sentirse bella.
—Te equivocas —afirmó él.
—Soy insegura y tímida. No me gusto.
—Te equivocas —volvió a repetir con la misma convicción.
Cuando ambos se desnudaron lentamente, mirándose de soslayo mientras las ropas caían resbalando por sus brazos, sus vientres y sus piernas, como si el descubrimiento de las formas fuera la revelación de un misterio, los dos comprobaron, al unir sus pieles, que eran infinitamente bellos.
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© JM Jurado