Ella dejó de quererlo.
Como suele ocurrir, tuvo su proceso. Comenzó con ese regusto a condescendencia en la intimidad. Continuó con sus distancias cuando el teléfono recibía llamadas o mensajes. Se multiplicó cuando ella inventó excusas diciendo que estaba donde no estaba. Se confirmó cuando dijo que el otro era lo mejor que le había pasado en la vida.
Ella dejó de quererlo por ciego y sordo. Y por tonto.
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© JM Jurado