19/8/17

Donde reside la esperanza. INVOLVE. Día 7


Quinta Carmelita es la esperanza tangible. Se toca en sus pequeñas camas y en sus baños de casa de juguete, en los columpios y en los platos de colores. Pero, sobre todo, la esperanza se acaricia en las manos de las yayas que son madres sin serlo o en las sonrisas y cuidados de los voluntarios que donan un año de sus vidas para dedicarlo a la Quinta Carmelita.

     Esta casa hogar, dirigida magistralmente por Gina, acoge desde hace treinta años a niños y niñas que carecen de todo cuidado parental. Pequeños que han llegado hasta allí con una mochila cargada, en muchas ocasiones, de historias terribles en las que el abandono, la violencia u otras circunstancias espantosas ya han formado parte de sus cortas vidas. Infancias que se han visto truncadas y que aquí son reconstruidas con la entrega amorosa que en algún momento les fue secuestrada. Niños y niñas de edades dispares que van desde los pocos meses a los once o doce años, momento éste en el que el centro no  puede seguir realizando su función, que viven en un entorno de felicidad, respeto y sano crecimiento (con los alimentos necesarios para el cuerpo y el alma) esperando que se produzca una adopción que, felizmente, suele terminar llegando más pronto que tarde.

     Hasta allí nos hemos ido una amplia representación de INVOLVE pues a todos los voluntarios, tanto los que hemos llegado desde fuera de México como los que habitan esta magnífica tierra, se ha unido una larga lista de alumnos que casi nos doblaba en número (algo que no ha sucedido porque la capacidad en el transporte era limitada). Alumnos de la actual edición y, también, de los que integraron la de 2016, lo que, así lo siento, demuestra el enorme compromiso que muchos de ellos han adquirido y el espacio que este proyecto ya ocupa en sus corazones.

     Con gran humildad y una enorme dosis de admiración, hemos dedicado esta mañana de sábado a lavar un poco la cara a las instalaciones, pintando las paredes de las habitaciones de los niños o recomponiendo el orden en algún almacén que pedía a gritos ser reorganizado. Una modesta aportación resuelta con el entusiasmo y la eficacia de más de cien brazos solidarios. Pero esto ha sido lo menos importante de la jornada. Jugar, correr, conversar, bailar, reír, compartir la mañana con los niños y niñas ha sido lo mejor de todo lo que hemos podido aportar. La sonrisa feliz de un niño compensa cualquier esfuerzo.

     Quinta Carmelita deberá, desafortunadamente, seguir existiendo para compensar una crueldad que no tiene visos de remitir. Si nuestra gota de agua ha servido para mantener las olas de su mar, habremos hecho algo bueno.