10/1/16

Corregir a las urnas



“Lo que las urnas no nos dieron directamente, se ha tenido que corregir a través de la negociación”. Esta afirmación y sus consecuencias pasarán a la antología de los manuales de la Sociología Política. Y, quizá, cuando alguien se entretenga en analizar lo que ahora está sucediendo en Cataluña, puede que termine apelando a Weber y a su tesis sobre el lícito ejercicio de la violencia del Estado, que no siempre ha de tomar los derroteros del palo sobre la espalda, y ponga estas palabras como ejemplo del desequilibrio entre las decisiones del poder versus los movimientos y condicionantes sociales que, en principio, deben subordinar a aquellas. En ese análisis, ese alguien también podría exponer cómo para un mismo juego, las reglas, el árbitro y hasta el campo pueden llegar a ser distintos dependiendo de a que contrincante se apliquen las normas o de si el resultado es conocido antes de empezar, con lo que para obtener el buen fin cualquier medio ha de servir, lo que irremediablemente le llevará a citar a Maquiavelo, aunque sólo sea por costumbre y de manera apócrifa. O, quizá, también sea posible que ese sociólogo eche mano de su alma literaria e invoque a Valle-Inclán y a su esperpento para intentar explicar esta grotesca deformación de la realidad.

Weber, Maquiavelo y Valle-Inclán me parecen, en cualquier caso, insuficientes para justificar lo que la frase de Artur Mas encierra: el más profundo desprecio por la voluntad de la ciudadanía, ese ente, esa cosa en la que todos parecemos participar y que sirve lo mismo para llenar bocas grandilocuentes que para vaciar vergüenzas. El, aún a estas horas, President en funciones, desde el convencimiento de que aquellos electores que no eligieron a Junts Pel Si fueron lerdos, bobos y no sabían lo que hacían cuando depositaron su voto, fuera éste cual fuera (aunque, según se deriva de sus palabras, quienes optaron por la CUP debían estar especialmente obtusos cuando se presentaron ante las urnas), concluye que el voto vale una mierda, o merda, si no contiene la papeleta adecuada, por lo que ha de ser limpiado o, como dice la encarnación de Lord Farquaad, corregido, dejando a las claras que, para Mas, lo que las elecciones le dieron contiene faltas o errores. Para terminar, utiliza el término "negociación" y no me resisto, observando la trayectoria que esa "negociación" ha tenido durante los tres últimos meses, con apoteosis final incluida, a que me asalte el sentido peyorativo que la expresión puede contener, más cercano en su significado al de especulación y comercio de estraperlo con acompañamiento de escenificaciones y declaraciones que, a veces, pasaban del patetismo a la fatuidad sin solución de continuidad.

Me gustaba la CUP. “Ojalá tuviéramos más CUP repartidas por el territorio”, llegué a pensar. Claro que, en esa reflexión, obviaba la cuestión del independentismo. Podía hacer mías la inmensa mayoría de sus propuestas sociales, defender su afán asambleario y, sobre todo, me agradaba su coherencia, aunque estuviera en desacuerdo con algunas de sus proposiciones, especialmente la del adéu a España. Y cuando algunos soltaban lo de anticapitalistas y antisistema con ánimo ofensivo, hasta me hacían reír, ¿qué capitalismo y qué sistema defendían los que lo decían? La CUP parecía que siempre había dicho lo mismo y lo seguiría diciendo. Una rara avis política. Eran hasta capaces de obrar milagros y de revolucionar las probabilidades estadísticas haciendo que una votación obtuviera resultados imposibles. Acojonante. Pero eso se acabó. Alegarán que su objetivo se ha cumplido: Artur Mas no será presidente. Pero lo será otro miembro de la derecha catalana. ¿Con ello han ganado algo en el camino hacia la justicia social? No tengo respuesta y sí muchas dudas. Creo que, al final, por encima de la gente y sus necesidades, se ha impuesto el dogma supremo y divino de la independencia. Me dirán: “Siendo independientes trabajaremos más y mejor por nuestro pueblo”, pero eso es una especie de silogismo hipotético e indemostrable.

La CUP ha claudicado. Sus asambleas han terminado no sirviendo para nada. La firmeza se ha hecho añicos y siento que su potente base ha comenzado a resquebrajarse. Dicen que seguirán teniendo voz propia, pero el hecho de que deban aclarar públicamente ese extremo ya suena a disculpa, la misma que manifiestan al “reconocer errores en la beligerancia expresada hacia Junts Pel Si”. ¿Cuáles fueron los errores? ¿Ser ellos mismos y actuar según el mandato de sus militantes? Acuerdan que dos de sus diputados pasen, sin pasar, a formar parte del grupo de Junts Pel Si en una suerte de transfuguismo en diferido. Dirán que el propósito es el control mutuo, el trabajo en común, pero ¿es eso lo que votaron sus electores, que, de facto, sus papeletas sirvieran para hacer crecer a otro grupo parlamentario? Asumen que van a purgar sus filas apartando a las voces más críticas, las que pueden decir “éste no es el camino” y ponerse un poco pesados. Eso tiene un nombre. Y lo más llamativo, tras una genuflexión se comprometen a “no votar en ningún caso en el mismo sentido que los grupos parlamentarios contrarios al proceso”… Entonces, ¿para qué permanecen en el Parlamento? Si no se espera oposición, crítica y desacuerdo, sus diez diputados se convierten en irrelevantes en este remake de la Ley Mordaza a la catalana. Por eso, Mas ya les ha recordado a la CUP esta tarde que quien se mueva un milímetro será señalado.

La CUP ha terminado contaminada por el pánico a unas nuevas elecciones, una perspectiva que les entusiasmaba no hace mucho. Triste. Como triste es que el camino de la lógica no se imponga pues (casi) todos han manifestado su oposición a la celebración de un referéndum que pregunte directamente a los catalanes si desean o no ser un país independiente de España. Los unos, amparados en el carácter plebiscitario de las elecciones -que ellos mismos le otorgaron (yo me lo guiso, yo me lo como)-, paralizados por el miedo a un resultado no deseado y haciendo funambulismo en una asombrosa capacidad de tramposo cálculo aritmético que concluye que 47 es más que 53 y que las cuentas son otras y sólo valen los culos en los sillones. Los otros, envueltos en la ley, la Constitución y en el rancio discurso de la inquebrantable unidad de una España que parece que jamás han llegado a comprender. Unos y otros niegan que dar la voz a la gente y que ella decida su futuro sea una solución viable. Cara y cruz de una misma moneda, la que acuña el inmovilismo y la cortedad de miras. Y los intereses parditistas por encima de cualquier otra cuestión, aunque afirmen lo contrario.

Y mientras tanto, en Madrid, ese enemigo mitológico de Cataluña construido en el imaginario de algunos y que ha terminado transformándose en una historia cierta (¡cuán larga es la lista de agravios de todos los pueblos de España, incluido el madrileño!), ¿qué ocurre? Pues que se lo están poniendo a huevo a la fábrica de independentistas que reside en la calle Génova, a ese PP cavernario que ha encontrado un filón argumental con el que empujar a un PSOE convertido en un gallinero al abismo del “gran pacto”. ¿Sería posible que una unión del Partido Popular y de Ciudadanos, Juntos por España pongamos por caso, solicitara la cesión de trece diputados del PSOE para evitar nuevas elecciones? Cosas veredes

No soy independentista. Ni catalán. Sólo un madrileño llevado hasta un rincón fronterizo de Castilla-La Mancha. Pero imagino que tengo derecho a ser lo que soy. Y a opinar. Y a defender que la gente se exprese. Y a desear que Cataluña continúe formando parte de España y a que, si los catalanes deciden lo contrario, deba aplaudir la decisión de un pueblo. Y a respetar y a ser respetado. Pero hoy, sólo sé que la derecha de un partido corrupto y recortador del bienestar ciudadano vuelve a gobernar en Cataluña por mucho disfraz que se ponga. Y que a la derecha española de un partido corrupto y recortador del bienestar ciudadano le han repartido unas cuantas cartas más en esta partida amañada. La izquierda sigue sin aprender.