Hay amaneceres que comienzan sin luz, con una oscuridad que parece prolongarse esquiva entre el desacuerdo de los relojes, las ventanas entornadas y el calor que permanece bajo las sábanas. Hay amaneceres de penumbra en los que, en realidad, la luz continúa escondida bajo tu piel.
Es en esas
noches que no terminan -las de ausencia y soledad, las de acumular vacíos amargos-, en las que sueño con la
maleta siempre preparada, lista para iniciar un único viaje de ida. Y entonces partir,
abandonar estas geografías sin horizonte hacia el lugar que cada mañana señalas, el que quedó escrito en ese billete conseguido en un trueque con el destino, alma y pasado a cambio de tu presencia perenne.
Buenos
días, amor. Me dispongo a vivir en ti, a ser yo en ti, a perseguir el rastro de tus huellas dejadas en mí. Inicio la búsqueda.