Respirar se está haciendo cada vez más difícil. Y si lo que se desea es introducir aire limpio en los pulmones, la labor es casi heroica, cercana a lo imposible. Este país se hace cada día más irrespirable. Nos ahogamos en esta atmósfera corrompida, pútrida, que apesta a alcantarilla permanentemente abierta por la que no dejan de correr las inmundicias más repugnantes. Y poner la tapa sobre este rebosante desagüe ya no arregla nada.
Algunos quisieran exigirnos convivir con esta degradación ética y este desprecio congénito a la dignidad colectiva. Desearían asignarnos el papel de espectadores pasivos ante esta farsa de autoexculpaciones y palabras huecas. "Son casos aislados, el sistema funciona, la justicia está en marcha...", es el mantra cacareado una y otra vez. En el colmo del cinismo, alguno se atreve a pedir perdón mientras sentimos que en su declaración va implícito el sarcasmo. Es insoportable. La omertá que todavía cohabita entre nuestros políticos (que doloroso es utilizar aquí el pronombre posesivo) se está resquebrajando y pronto será sustituida por el sálvese quien pueda. El miedo está cambiando de bando, el futuro inmediato ya ha dejado de tener un horizonte predecible.
Durante casi siete años fui concejal de mi ciudad. Por lo tanto, se me podrá acusar de haber formado parte del sistema, de alimentarlo, hasta de connivencia. Lo tengo difícil para rebatir el argumento. Pero siempre me molestó, y me sigue molestando, el "todos son iguales". Creo que es una afirmación terriblemente injusta, pero que responde a la realidad de un arraigado sentimiento de impotencia. En mi asumida imperfección, los errores forman parte de mi existencia y, quizá por eso, cuando me fui de la concejalía me acompañó la sensación de no haber hecho lo suficiente, de toparme constantemente con muros, internos y externos, que deseaba franquear. Quizá me fallaron las fuerzas... Denuncié el uso fraudulento del reparto de trabajo entre familiares y amigos y del intercambio de favores, batallé contra la privatización del Hospital de Almansa, defendí y argumenté la no venta del agua que es de todos y guarda aún episodios no explicados, expuse ante la opinión pública los oscuros intereses de una inmensa recalificación urbanística... La omertá también andaba por los pasillos que yo recorría... Nada de esto son excusas, sólo tristes confesiones.
Creo que aún siguen convencidos de que la tormenta pasará, de que la gran mayoría se comporta como una especie de rebaño de borregos agilipollados. Un ladrido del perro basta para que todos vayan hacia el mismo sitio. Un grito o una amenaza del pastor son suficientes para que las ovejas entren en pánico. Aún lo creen. Aún juegan al miedo ante lo "irrealizable", ante lo que es "imposible", ante lo que rompe las reglas del juego. Pero tanto maltrato nos ha llevado al límite. Tanto recorte de derechos, tanto reparto de miseria, tanto quebranto de la dignidad para disfrazar el robo de la riqueza común, tanto "y tú más" hasta el infinito ha quemado nuestra escasa paciencia. Ya no es posible una regeneración. Hace falta una completa catarsis.
Como dice el poeta Nicolás Corraliza: "El camino de las certezas / es áspero y delgado como hilo de lija". Caminamos sobre ese filo ahora que las certezas se nos muestran con su miserable evidencia. La pregunta es: ¿podemos arreglarlo? La respuesta es: podemos.