13/10/14

Pasear por la belleza

Hoy cierra sus puertas la exposición "Alma-Tadema y la pintura victoriana en la Colección Pérez Simón" en el Museo Thyssen-Bornemisza. En este tiempo de serenidad ausente; de lo trivial, grosero y vulgar colmando las miradas y las palabras; en este tiempo sin tiempo para la quietud, haber podido recorrer sus salas demorándose tranquilamente en la contemplación de cada una de las cincuenta obras expuestas, se convirtió en un lujo difícil de repetir. Un verdadero paseo por la belleza. 

Un recorrido plagado de elocuentes sensaciones que, en las silenciosas salas, se hacían profundamente expresivas... Admirar la aparente timidez de la Crenaia de Leighton intentando adivinar si son sus pensamientos o sus transparencias quienes hacen que cierre suavemente los ojos. Esperar a que ella responda a la pregunta que, sin oirla, conocemos y aún flota en el aire del cuadro de Alma-Tadema. Convenir con Godward que la perfección de su belleza clásica ya ha trascendido a lo universal. Sentir el suspiro que Alma-Tadema no pinta pero sabemos que acaba de ser liberado y viaja hacia un horizonte presentido, donde mirada y pensamiento se unen. Intentar, y no poder, apartar los ojos de las pupilas que Long concedió a una triste reina Ester. Apreciar como Moore logra que las vibraciones de las cuerdas musicales muevan las gasas que sugieren invitaciones a la imaginación. Notar el corazón transformado por Venus Ventricordia, como debió sentirlo Rossetti, y desear recibir su flecha protectora. Deslumbrarse ante la luz que no sabemos si emana o recibe la reina del Nilo de Goodall, porque las reinas de aquellas orillas lo pueden todo. Advertir que una ráfaga del viento heleno pintado por Leighton acaba de rozarnos trayéndonos el aroma del mar. Probablemente el mismo aire que movió el pincel de Moore y su nostálgica mujer recoge entre sus ropas. Anhelar el regreso del amor que Godward nos muestra ausente y ella busca en todas y ninguna parte al mismo tiempo. Sonreír y respirar el aroma a rosas dispersado desde el lienzo de Alma-Tadema y que, efectivamente, llenaba, sin metáforas, con auténtico perfume, la atmósfera de la sala. Y por último, llegar al borde de las lágrimas ante la inmensa paz y belleza que Waterhouse nos regaló para que intentáramos escrutar el futuro que en la bola de cristal se esconde y se muestra inexorable en la mesa.
 


Romanticismo y prerrafaelismo comparten muchos de sus sentimientos, además de una buena parte del tiempo cronológico. Por eso escogí la Melodía, Op. 38,  nº 3 de Edvard Grieg, uno de los más importantes músicos románticos, interpretada por Cory Hall, para este breve paseo. Un paseo por la belleza que os animo a completar en el recorrido virtual que propone el Museo.