Cuando, por segunda vez, las
burbujas volvieron a desbordarse y, de nuevo, ella se manchó, su queja
fue rotunda:
-Esto no puede ser.
-Pero es -contestó él, quitándole importancia mientras apartaba las copas.
Se miraron, se sonrieron, el hombre se agachó para recoger con los labios las gotas que habían caído sobre las piernas de la mujer y continuaron amándose desnudos en la oscuridad del asiento de atrás del coche.
© JM Jurado