22/1/17

Donald Trump tiene algo bueno


Nosotros, los europeos occidentales que nos creemos garantes de las libertades universales y, al mismo tiempo, desviamos la mirada ante el crecimiento de los partidos fascistas en las puertas de nuestras casas... ¿Nos creemos más listos que los electores de Wichita? Nosotros, los españoles, ejemplo para el mundo de caridad cristiana, que hemos perdonado y elegido reiteradamente para nuestro gobierno a un partido político mentiroso y estafador...  ¿Vemos la paja en el ojo del votante de Oklahoma y no la viga en el de Valladolid? Nosotros, las gentes de izquierda, esa amalgama nebulosa difícilmente definible a estas alturas e incapaz de mirar hacia un mismo punto a la vez... ¿Podemos defender mejores argumentos que los que dejaron su papeleta por Donald Trump en las urnas de Cheyenne? Bueno, todo es cuestionable (por el momento).

    Racista, xenófobo, machista, misógino, ultranacionalista, negacionista, demagogo, narcisista... En definitiva, peligroso y, cómo no, populista (ese calificativo multiusos que ya nos vale para rotos, descosidos y, desde luego, hacer trajes a medida). Todos los anteriores son, sólo, una minúscula muestra de los calificativos dedicados al nuevo presidente norteamericano. Y ahora (tarde, siempre tarde), no podemos dejar de llevarnos las manos a la cabeza mientras que continuamos sin respuesta a la pregunta de ¿cómo es posible que en Estados Unidos deseen que alguien así dirija sus vidas (y una buena parte de las nuestras)? Pero todo adquiere sentido desde la perspectiva de la política del ombligo, del propio. “América primero”, ha proclamado Trump. Y esas dos palabras, redondas, contenían todos los ombligos del descontento y del miedo.

    Ahora tememos por el futuro de la paz del mundo (al menos, el de la parte que aún queda sin guerras declaradas), por el crecimiento del deterioro medioambiental, por la usurpación de los derechos a muchos colectivos, por el desarrollo económico de lo que queda fuera de las fronteras norteamericanas... Pero, en realidad, Trump sólo es la parte más visible e histriónica del iceberg contra el que nos estamos golpeando desde hace mucho tiempo en esta deriva planetaria. ¿Acaso nos encontrábamos a gusto sin él? ¿Estábamos, de verdad, enderezando el rumbo?

     Donald Trump es, potencialmente, lo peor que le ha pasado a la humanidad en mucho tiempo pero, al menos, puede que tenga algo bueno: su llegada puede servir para que algunos se den cuenta de que este rumbo nos lleva directamente a pique.