Nuestro trabajo en INVOLVE nos está permitiendo conocer a
gente maravillosa. Personas magníficas que están entregando una importante parte
de su vida a causas y proyectos en los que el sentido de la palabra esperanza
adquiere, a veces, dimensiones difíciles de valorar en nuestros contextos de
europeos acomodados, por muchos problemas que se acumulen en nuestro día a día.
Hoy hemos conocido a unas cuantas de esas personas…
Ignoro si en México existe un término distinto al de favela,
pero la imagen que rápidamente construimos de edificios precarios escalando las
laderas de las montañas se corresponde perfectamente al que hoy era nuestro
destino: Cerro del Judío. El nuestro y el de una nutrida representación de alumnos que decidieron
pasar la mañana del sábado con nosotros. Martín, el conductor de nuestro “camión”,
era la primera vez que se adentraba en esas calles y las miradas de los
numerosísimos transeúntes confirmaban que no debe ser nada habitual ver un
autobús tan grande, limpio y nuevo por el lugar. El empinadísimo camino que hay
que recorrer hasta llegar al Centro de la Amistad del Cerro del Judío dice
mucho de lo que es esperable encontrar: tráfico endemoniado en estrechas calles
que contrasta con la también diabólica circulación de las grandes avenidas a
dos alturas que quedan abajo, edificios sosteniéndose unos a otros, tienditas
mínimas y puestos invadiendo las aceras y una inmensa colección de alambres y
concertinas en las azoteas para preservar el acceso… a la pobreza. Y en medio
de este difícilmente describible paisaje, un paraíso, el cielo dentro del
infierno: el Centro de la Amistad.
Nuestra misión hoy era arremangarse. Brochas, pintura y
ánimo los elementos de trabajo, complementados con los brazos abiertos para un
encuentro emocionante. Aunque comenzar la tarea con los ojos empañados se hace complicado,
pues las palabras de bienvenida de Malinaltzin Quetzalli, una maravillosa
exalumna que narró cómo cambió su vida con las enseñanzas que se llevó grabadas
tras su paso por el Centro, fueron tan intensas y sentidas que las vibraciones
transmitidas llegaron hasta los lagrimales. Pero algo así se arregla confesando
la emoción y con un prolongado abrazo de agradecimiento…
El Centro de la Amistad del Cerro del Judío tiene cuarenta y
dos años de vida y parece que acaba de empezar. Ha ido creciendo poco a poco
con muchísimas dificultades en un entorno hostil hasta convertirse hoy en una
referencia educativa que ha bajado la ladera de la montaña para ir mucho más
allá de Méjico y estar ahora bajo el amparo de Save the Children que, con Eduardo
Tapia a la cabeza y un grupo de voluntarias de esta ONG, nos acompañó a lo
largo de esta jornada. Aplican el sistema Montessori en niños y niñas en edad
preescolar y logran, con su trabajo comunitario, que su mensaje de esperanza continúe
extendiéndose.
Y todo esto se debe al esfuerzo y la convicción de María
Concepción Avista, Conchi, que ha hecho del Centro su proyecto de vida. Oírla
contar su experiencia emociona y charlar con ella se convierte en un regalo
enriquecedor para el alma. Su entrega es ejemplar, su existencia es la del Centro,
su felicidad es la de los niños y niñas que por allí pasan para recibir una
enorme dosis de esperanza. Una mujer magnífica. Una mujer de las que andamos
necesitados.
Y mientras, nosotros a lo nuestro. Pintura en las tapias y
en el suelo, algún arreglo por aquí, la colocación de un césped por allá,
manchas de pintura en muchas pieles y camisetas y risas y alegría por todas
partes. Una pequeña y entusiasta colaboración que podemos sumar a nuestro
currículo con orgullo.
Ha sido un honor conocer a Conchi y a su equipo, a Eduardo y
a sus voluntarias. Hemos hecho poco para lo mucho recibido de todos ellos.
Estamos en deuda. Saber que Iqui Balam -Tigre del Anochecer en lengua maya-, un
pequeño que lleva orgullosamente su nombre y que trabajó como el que más, va a
seguir creciendo en un entorno como el del Centro de la Amistad, nos devuelve
la esperanza.