Alguien me enseñó a sentir la inmensa belleza depositada en los lienzos de Waterhouse, de Rossetti, de Alma-Tadema, de Godward, de Leighton, de Millais... A hacerlo, incluso, cuando, con los ojos cerrados, el recuerdo de la inmediata contemplación se transformaba en melancolía, en piel de brillante nitidez, en magia y eternidad femenina. La vida aparecía detenida, pero podía verse el antes y el después del momento único perpetuado en la tela, formando parte de la historia contada en la imagen.
En honor de quien me reveló esta belleza plena, estos breves textos redactados en compañía de una apacible sugestión y puestos sobre diseños del fértil creador William Morris, están dedicados a ella.
John William Waterhouse (1902)
Lawrence Alma-Tadema (1881)
John William Waterhouse (1900)
Lawrence Alma-Tadema (1906)