-Que dios lo bendiga, señor.
Pero los dioses nunca habían depositado sobre él bendición alguna. Ni lo iban a hacer ahora. No le importaba, seguramente tendrían ocupaciones más importantes.
Cuando ella, arrinconada en la puerta del supermercado, guardó en su desvencijado carro de la compra la leche infantil y los pañales que él acababa de entregarle, sonrió tristemente y su mirada, entonces, pareció divina. Quizá, aquella era la verdadera bendición.
50 #setentapalabras
© JM Jurado