La señora que
tiene su tiendita de tortillas muy cerca de la escuela nos saluda y sonríe cada
vez que pasamos ante su puerta. El cocinero y su madre, dueña del maravilloso y humilde restaurante -dos adjetivos que al unirse apuntan hacia la perfección- alzado en el patio de su casa, nos acogen
a la hora de comer con una desbordada amabilidad. Unos y otros ya expresaban las mismas actitudes el año pasado, cuando el proyecto inició su camino en México. Éstas son algunas de las huellas que vamos dejando y no computan en las estadísticas.
Hoy han comenzado las clases. En la coctelera de INVOLVE, de la que sale un producto de difícil nombre, hemos metido la formación, el divertimento, la solidaridad y algún ingrediente más para dar color y sabor a la pócima que todos hemos terminado tomando y que, por arte de encantamiento, nos mantendrá durante un tiempo en ese otro mundo posible, el que perseguimos y hacemos realidad durante nuestra estancia en esta parte del mundo.
Durante el proceso de distribución de parejas de hecho entre alumn@-voluntari@, el peor de los tiempos cronometrados para establecer el primer contacto vía sonrisa, abrazo, beso u otra expresión de euforia, ha sido de tres segundos (y eso porque había que apartar una silla), lo que creo que da muestra del impaciente deseo por bajar la bandera e iniciar esta carrera que, en realidad, no tiene fin, aunque lo parezca. Así, se han dado los primeros pasos en Word, una aplicación que ya todos habían manejado, lo que ha hecho más sencilla esta primera etapa.
Y como el inglés se mueve entre las mesas de trabajo y, en ocasiones, encuentra escollos para seguir su movimiento (aunque siempre encuentra como salvarlos), Fiona, Michael y John se han encargado de dar una excelente clase de inglés, teniendo como artista invitado al traductor Jon Mikel. Nadie diría que balar, ladrar, maullar o rugir sirvieran para aprender inglés... pero ellos nos han demostrado que sí es posible.
Primera jornada. Ya nadie nos para.