¿Cuánto durarán las condolencias y las palabras elocuentes
en los parlamentos y los mítines? ¿Una semana? ¿Un día por cada 100 muertos? No
creo que llegue a tanto, pronto las arengas enfocarán hacia nuevos temas más
blancos y occidentales.
¿Cuántas discusiones urgentes se necesitarán para
convocar una reunión urgente que llegue a una decisión urgente? ¿Lo que la
urgencia de los titulares y los telediarios impongan? El apremio sólo durará
hasta que las palabras tragedia, horror o desastre se diluyan de las primeras páginas de los periódicos de la mañana y dejen de molestar llamando a las puertas
de los despachos.
¿Subirá ahora
en el mercado de la vergüenza la cotización de la vida del inmigrante? ¿O
seguirá cayendo en picado su escaso valor? Los augurios no son buenos. La operación de salvamento Mare Nostrum -iniciada hace dos años tras los 366 muertos de
Lampedusa y que, mientras duró, rescató a 155.000 personas- ha sido sustituida a finales del pasado
año por la operación Tritón, con muchos menos medios y dedicada, esencialmente,
a controlar las fronteras. Quizá por eso ya han muerto en lo que va de año
1.600 seres humanos ahogados mientras veían la costa en el horizonte. De la
superficie de Mare Nostrum se pasó a las profundidades donde habita Tritón. Sólo cabe
esperar que se inicie una nueva operación: Infernum.
¿Cuánto nos dura el escalofrío tras dibujar en la
imaginación el horror de 700 personas hundiéndose en el Mediterráneo, que ya no
es el mar en medio de las tierras sino el mar en el centro de la muerte?
¿Cuánto la indignación y la exigencia? ¿Cuánto la hipocresía?