Algunos amaneceres llegan cuando la noche comienza. Es entonces cuando aparece la única luz que me da vida, esa que muestra la plenitud de tu piel luminosa. Noches brillantes que confunden el paso del tiempo convirtiendo el presente en un lugar detenido en el deseo.
Otros amaneceres sólo se hacen visibles cuando la luz ya es dueña prolongada
del aire, cuando el movimiento inunda las calles y el sol se ha
trasladado hasta su cima observándonos con altivez. Es un amanecer acompañado de
urgencia y labios húmedos, de búsqueda y encuentro en la palidez de las
sábanas pacientes donde, con una bendita violencia, estalla
todo el fulgor que transporta tu mirada milenaria.
Me diste dos amaneceres en un único día. Hiciste que la tierra girara
vertiginosa para lograr que toda una vida transcurriera en una sola
tarde. Tantas vidas te debo, tantas veces nazco entre tus brazos y muero
al alejarme de tu sombra... Renacer, es mi maravilloso sino. Recibir tu
vida. Entregarte la mía.