Como cada martes, entró en la consulta.
—¿Cómo se encuentra hoy? —le preguntó el doctor.
—Bien, bien… Bueno, ya sabe… —respondía invariablemente.
El médico le tomó el pulso en las muñecas, recorrió con sus dedos la garganta e inspeccionó sus manos con las suyas.
—Todo está perfecto —terminó diciendo mientras sonreía.
Ella, a sus noventa años, sabía que no había mejor medicina que ser tocado por la piel de otro.
—¿Cómo se encuentra hoy? —le preguntó el doctor.
—Bien, bien… Bueno, ya sabe… —respondía invariablemente.
El médico le tomó el pulso en las muñecas, recorrió con sus dedos la garganta e inspeccionó sus manos con las suyas.
—Todo está perfecto —terminó diciendo mientras sonreía.
Ella, a sus noventa años, sabía que no había mejor medicina que ser tocado por la piel de otro.
© JM Jurado