25/11/15

La carta cándida

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Hace dos años habité un par de días en Las Negras. La diferencia entre estar en un sitio o vivirlo, sea cual sea el tiempo de permanencia, se mide en el número de escalofríos que se generan en el recuerdo. Y allí, junto a un Mediterráneo pacífico, llevado por la amistad y la poesía,  sentí estar afincado temporalmente, aunque sin propiedad alguna. Cuando regresé, lo hice sin saber que a mi lado, durante unas horas, entre versos, músicas, alcoholes y risas, había tenido a mi lado a Teresa.

   Aquella oportunidad perdida para el intercambio de palabras, de sensaciones, de los yo digo y tú dices, se ve ahora compensada con el vibrante descubrimiento de La carta cándida. En poesía, como en el vivir, las vibraciones y los escalofríos también marcan la diferencia. Y el verso de Teresa Maciá Gosálvez procura ambos estremecimientos. 

Tras leer La carta cándida probablemente regresemos a la conclusión que tantas veces se nos ha terminado manifestando como una evidencia: el amor –“Yo te amé porque al darte / te comprendí intacta”-  y el dolor -“Me dueles extraordinariamente”- viajan en la misma nave, se definen el uno al otro, se necesitan, aunque uno de ellos se nos presente como un incómodo pasajero. Esta antítesis de lo vital, esta aparente contradicción entre el deseo y la realidad es la que ella nos confiesa  en sus poemas: “Tu amor es un espejo de cenizas y banderas”, que no esquivan la intimidad, sino que la buscan y describen con sutileza en el ejercicio de reconocimiento como mujer amante y amada. 
La palabra de Teresa es limpia y sincera, descargada de la retórica hecha adorno y profundamente elaborada a base de un espléndido uso del lenguaje. Quizá ese trabajo poético es el que la lleva a afirmar “Que las palabras se gusten en mi boca / antes de lanzarse a ti”.  Una palabra que imagino urbana, escrita tras el abandono de las calles que evoca con una voz que se hace reconocible y propia, que se mantiene en la misma cadencia a lo largo de la obra.

Una lectura de tarde apacible con la que revolver el sosiego o de madrugada tormentosa para compartir las agitaciones. De una u otra forma, una lectura absolutamente recomendable. Al final, como ella, yo afirmo que


Porque caigo en la cuenta  
de que hay un olvido. Yo escribo.
Escribo porque la poesía me ha vencido.